GONZALEZ, GLADYS
Quizá ya resulte una convención hablar de la escritura como tauromaquia, pero no me ha parecido mal, para abrir esta reflexión sobre la poesía de Gladys, recordar unas palabras de Michel Leiris, palabras escritas en vísperas de guerra: «Lo que sucede en el ámbito de la escritura ¿no está desprovisto de valor si sólo se limita a lo "estético", anodino y falto de juicio, si en el hecho de escribir una obra no hay nada que sea equivalente (...) a lo que el cuerno acerado del toro es para el torero, única realidad que, -a causa de la amenaza material que conlleva-da una dimensión humana a su arte...?». Leiris soñaba con introducir al menos la sombra de ese cuerno de toro en sus palabras. Yo creo haber visto esa sombra en la escritura de Gladys González, una escritura confrontada desde su primer poemario con el enorme dolor del mundo. Un dolor trasvasijado en su poesía, a través de figuras marcadas, tatuadas u ovilladas -«soy un trozo de carbón / ovillado y ardiendo», dice el poema «Vidrio molido»-, pero, como en ese poema, estas son figuras que levantan la cabeza. Los poemas de Gladys desafían con gesto brutal la realidad, husmeando en paraderos «iluminados a ratos», con claridad quirúrgica, la pobreza, y lo que ocurre con y entre los cuerpos en esa pobreza que es, sobre todo, simbólica.