VON BALTHASAR
En estas meditaciones, un pensador cristiano y piadoso de innegable probidad nos da a conocer los símbolos del hermetismo cristiano en sus distintos planos -mística, gnosis y magia- recurriendo a las ciencias cabalísticas y a ciertos aspectos de la alquimia y la astrología. Dichos símbolos aparecen en los llamados arcanos mayores del antiguo juego de cartas conocido por el nombre de taroco o, más comúnmente hoy, tarot. El autor trata de situarlos en el plano de la sabiduría más profunda, por lo universal, del misterio católico.
Recordemos, en primer lugar, que semejante tentativa no es única en la historia del pensamiento católico, teológico y filosófico, por extraño que les resulte a muchos lectores creyentes actuales. La antigua sabiduría bíblica y cristiana luchó desde el principio contra todo fatalismo en nombre de la soberanía y libertad de Dios frente a todas las potencias cósmicas, sin negar por ello la existencia de causas segundas de orden terreno utilizadas por la Providencia para dirigir el curso de las cosas. Recordemos en este contexto la doctrina de san Pablo según la cual los elementos del mundo (venerados por muchos como potencias angélicas), las potestades y dominaciones, los príncipes de este siglo, son reconocidos en su realidad y eficiencia, pero han de ser también sojuzgados e incorporados al cortejo triunfal de Cristo (Col 2,15). Orígenes, yendo hasta el final de esa línea de pensamiento, acometió como cristiano la empresa de esclarecer con la revelación bíblica no sólo la sabiduría filosófica de los paganos, sino también la «sabiduría de los príncipes de este mundo» (1Cor 2,6), por lo cual entendía él «algo así como la filosofía oculta de los egipcios» (aludiendo especialmente a los escritos herméticos atribuidos a Hermes Trismegisto, es decir, el dios egipcio Thot), «la astrología de los caldeos e hindúes, que prometen enseñar la ciencia de las cosas supraterrenas», y asimismo «las múltiples doctrinas de los griegos acerca de lo divino».
Dentro justamente de esta tradición ininterrumpida que se esfuerza con verdadera escrupulosidad por alcanzar el corazón mismo de la sabiduría cristiana hay que colocar a nuestro autor. Cierto que en ocasiones se aparta un poco de esta vía central dando un paso de más hacia la izquierda (por ejemplo, cuando dice que la doctrina de la reencarnación es al menos digna de examen desde la perspectiva cristiana) o hacia la derecha (al avecinar demasiado al dogma, de manera un tanto fundamentalista, simples opiniones o prácticas religiosas, o cuando de pronto se pone a hablar de los consejos evangélicos, la recitación del rosario y cosas parecidas). Con todo, la abundancia casi aplastante de auténticas y fecundas luces que proyecta sobre nosotros bien justifica que un público más numeroso de lectores no se vea privado de esta riqueza espiritual. De hecho, sin apenas propaganda, estas cartas de ultratumba han empezado a llegar a sus destinatarios, esos amigos desconocidos a quienes van dirigidas.
Con la publicación de esta obra, la Editorial Herder espera prestar un servicio positivo a la reflexión teológica de los lectores de habla castellana, que encontrarán en ella un cierto contrapeso a los estudios teológicos excesivamente abstractos o positivistas, por una parte, y sobre todo a los malabarismos superficiales de la literatura esotérica (magia, gnosis, astrología, horóscopos) hoy tan de moda, por la otra. El cristiano adulto debe, como ya recomendaba san Pablo a sus discípulos, «examinarlo todo y quedarse con lo bueno» (1Tes 5,21).