HERMAN, ARTHUR
«Esta es la historia de cómo los escoceses crearon los ideales básicos de la modernidad. Veremos cómo esos ideales transformaron la propia sociedad y cultura escocesa en el siglo dieciocho y cómo los escoceses los llevaron consigo a dondequiera que fueren. Obviamente, los escoceses no hicieron todo solos; otras naciones alemanes, franceses, ingleses, italianos, rusos y muchos otros aportaron ladrillos y cemento para construir el mundo moderno. Eso sí, serían los escoceses los que prepararían los planos y nos enseñarían cómo evaluar el producto final. Cuando miramos al mundo contemporáneo moldeado por la tecnología, el capitalismo, y la democracia moderna; y nos esforzamos en encontrar nuestro propio sitio en él, estamos de hecho mirando ese mundo a través del mismo lente que usaran los escoceses.
Tal toma de conciencia no se produciría fácilmente. Sir Walter Scott diría: «Soy un escocés; por lo tanto, tuve que imponerme para lograr un sitio en el mundo». La historia de Escocia en los siglos dieciocho y diecinueve es una historia de un triunfo logrado con mucho esfuerzo y gran sacrificio, de sangre derramada y vidas arruinadas, pero acompañada de grandes logros. En 1700 Escocia era el país independiente más pobre de Europa (Irlanda más pobre estaba, después de todo, gobernada por los ingleses, y Portugal era aún dueño de Brasil). Sin embargo, la historia de este pequeño y poco poblado país (con menos de dos millones de habitantes), atrasado culturalmente, que lograra llegar a ser el motor del progreso moderno, no solo es desconocida; familiarizarse con ella puede llevar a inspirar profundamente. Si buscas un monumento a los escoceses solo tienes que mirar a tu alrededor.
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En una visita a Edimburgo, John Amyatt, un médico inglés, le escribe una carta a William Smellie, el editor de la primera edición de la Encyclopædia Britannica. Allí le cuenta: «Aquí estoy en lo que se conoce como la cruz de Edimburgo, y en unos pocos minutos puedo recoger con mi mano a cincuenta hombres de genio».1 Probablemente veía pasar a Hume, Smith, James Hutton (padre de la geología moderna), Joseph Black (químico y médico), William Robertson (historiador), Robert Burns (poeta), William Cullen (químico y médico), Adam Ferguson (filósofo e historiador), John Gregory (médico y nieto del gran astrónomo James Gregory), John Playfair (matemático y geólogo), Thomas Reid (filósofo), John Millar (filósofo), Dugald Stewart (filósofo y matemático) o incluso a James Watt, que trabajaba con sus máquinas a vapor en la Universidad de Glasgow mientras Adam Smith enseñaba filosofía moral. Además, todos se conocían. No en vano el médico, historiador y cervantista Tobias Smollet (1721-1771) escribió que «Edimburgo era un almácigo de genios». Todos estos grandes filósofos y científicos eran reconocidos como los literati de Edimburgo o los hombres de letras escoceses».