GUZMAN RALLIMAN, RAMON
Emana la voz de A la caza del animal que no se oculta, libro de poesía que, a mi juicio, no se posiciona ni en la forma de una vanguardia ni menos aún como parte de una literatura ya canónica, ya estereotipada. Justo al centro entre esta o aquella, o lejos de ambas, el autor de la obra, con un gesto propio, abre el camino. Huelga decir, no se trata acá de un galimatías ostrásico o de un verso virgen y anodino. Acá estamos en presencia de un hombre que fue capaz de exhumar el arca de la poesía chilena y que, en este caso, aparece no como un trascendentalismo Ducassiano sobre el mal sino como la expresión de un sujeto, con atisbos , no por ello menos evidentes, de un yo malditista. No en balde, en el apartado llamado suicidamientos, Ramón Guzmán dice: soy un asesino
Lo importante, ahora, es considerar lo que sigue. La pregunta es: ¿Quién es Ramón Guzmán? ¿El cazador del animal? ¿El animal que no se oculta? ¿Ambos? En este plano, además, cabe hacer otras interrogaciones: ¿Quiénes somos nosotros? ¿Los animales, los cazadores? Y el poema: ¿Qué es? ¿Es el animal o quien lo caza? Algunas de estas preguntas parecen tener una respuesta o, acaso, todas. Ahora bien, así como el poemario está tejido desde la pluralidad de voces, pueda ser que estas preguntas tengan respuestas diversas. Estamos en presencia de una multiplicidad de sentidos, y, así, en el reflejo de un temple absolutamente moderno, tic que lo asocia al ínclito apotegma del joven de Charleville.