SANTA CRUZ, ANTONIO
En 1998 nadie podría haber anticipado el éxito que aquella modesta película titulada TheRing acabaría cosechando por todo el mundo. Sus impactantes imágenes y revolucionariosrecursos sobrecogieron a los espectadores hasta ocupar hoy día un lugar privilegiado ennuestra cultura popular, y la convirtieron en un fenómeno que cambiaría para siempre elgénero de terror. No es casualidad, pues el éxito de su director, Hideo Nakata, consistió ensaber rescatar para la gran pantalla la fascinante mitología, el aterrador bestiario y la sutiliconografía que la cultura japonesa ha ido fraguando durante apasionantes siglos dehistoria.Pocos conocen a Okiku, la joven arrojada a un pozo cuyo fantasma atormentaría a suseñor; a Kuchisake-onna, el aterrador espectro que desfigura el rostro de los hombres másincautos; o incluso al estrafalario Bakeneko, una suerte de duende en que aseguran seconvierten los gatos domésticos más longevos. Los fascinantes relatos y estética queinspiran el cine de terror nipón son el resultado del ancestral temor a un hábitat violento,la opresión social del arraigado feudalismo, el preciosista teatro kabuki, las leyendasurbanas o la tecnofobia.