COLOMBO, MARIA DEL CARMEN
Como un árbol este abanico tiene un solo pie, pero de varillas, y un país de papel que se despliega, lento, con dos manos.
Florece con cada varila una escena, muy fina y finita, pintada con pelo de pincel. Entre una escena y otra la distancia es inmensa, porque tarda en llegar la próxima varilla.
Cuando la escena por venir parece que no viene, los ojos humean de ansiedad, nublando el cristal con que se mira; en el fondo sus arpones de pez desean pescar cada una de las miniaturas, que huidizas se escurren entre el papel de agua.
El pinchazo de un ojo podría ser fatal para un teclado tan liviano. Por suerte, entre el comienzo y el final de este despliegue solo transcurre media hora. Tiempo suficiente durante el cual un semicírculo puede alcanzar su personalidad verdadera, y en el instante hacerse aire, como este abanico.