WOLIN, SHELDON S.
La democracia con la que estamos familiarizados es la democracia constitucionalizada, la democracia indistinguible de su forma constitucional. Su justificación ideológica moderna puede encontrarse en Harrington, en los republicanos ingleses, en El Federalista y en Tocqueville. Todos críticos de la democracia. Cada uno de ellos registra una reacción contra la revolución, aunque no una reacción reaccionaria. Cada una de sus constituciones está
construida contra la democracia; si bien todos buscan reprimir la democracia, ninguno busca suprimirla. Ha de dársele un lugar. La representación de la democracia que los teóricos de la moderna democracia constitucionalizada han buscado contrarrestar es tan antigua como las teorías clásicas de Platón y Aristóteles y fue asimismo un elemento esencial del pensamiento político de la modernidad temprana: es el espectro de la democracia como anómica y tendiente a arrebatos de violencia. Tocqueville alguna vez se quejó de que no había ejemplos de una democracia introducida sin revoluciones y sus ansias por disociar la democracia de la revolución y su preocupación por no encontrar ejemplos de apoyo dan lugar a la pregunta de cómo los dos fenómenos fueron asociados en primer lugar y qué es lo que esa asociación revela sobre la democracia. La verdad contenida en esas imágenes del desorden democrático es que, históricamente, la revolución ha inspirado la creación de ideas democráticas y ampliado radicalmente el círculo de quienes participaban en la política para incluir el involucramiento activo de clases sociales hasta ese momento excluidas o marginadas.